Demasiado
delgada y vestida de negro. Me cuesta acostumbrarme a esos lutos del pueblo.
¿Qué ha
sucedido Lola?
Ha muerto mi
marido hace un mes.
Lo siento.
Lo siento mucho. Me gustaba hablar con él e ir a por naranjas. Se reía de mi
por lo mal que lo hacía. Tengo fotos de los dos en la huerta de los Picos. Si
quieres te las traigo la próxima vez.
Si no te
importa. Las que tengo de él son de hace años. Murió tres meses después de morir
un amigo suyo. Uña y carne desde niños. La pena por su amigo y la muerte de mi
marido van unidas. Rumió toda la vida aquella tontería. La soberbia y el
silencio de mi hombre, hija mía, le mató.
Estaría
enfermo sin saber de qué.
Es una
historia larga. ¿Me invitas esta tarde a un café en tu casa? Me cuesta
descansar, el silencio me ahoga, me gustaría contar.
Puedes venir a la hora que quieras, pero
contarme a mí ¿Te ayudará en algo?
A ti mejor
que a nadie. Como eres forastera…
Nos sentamos
tranquila en el patio. Todo está recién regado. Lola toca la piedra de la
fuente y se emociona:
La fuente de
esta casa tiene historia. Aquí bebíamos todos los niños al salir de la escuela.
El portón estaba abierto. Teníamos un vaso de latón. Yo no tenía y mi marido
siempre me daba el suyo. Él, su amigo y yo éramos inseparables. Los tres novios,
nos llamaba la gente. Con trece años él y once yo, nos hicimos novios a
escondidas. El amigo hizo de cura y nos casó. Una tarde, mi madre, me mando a
los Picos a por lechugas, acelgas y alcauciles. Acompaña a la niña, le dijo a
mi marido. Allí, bajo el naranjo viejo, nos desnudamos. No era pecado,
estábamos casados. Él ya era un hombre. Yo no era mujer. La primera
menstruación me vino más de un año después ¡Cuánto saben los Picos de nuestras
desnudeces! Él ya no estaba aquí cuando me hice mujer. Se fueron a Alemania. Me
escribía y yo le contestaba. Las cartas dejaron de llegar.
Volvió un verano, con diecinueve años y muy
cambiado. Muy alto, muy guapo y elegante. Era un buen estudiante en la universidad y yo, una chica de pueblo,
que ayudaba a mi padre en el campo, a mi madre en la casa y que estudiaba por
correspondencia. Estaba apuntada a un club de lectores que enviaban los libros
por correo.
Me dio
vergüenza verle ¿Se acordaría de aquellos años? ¿Tendría novia allí?
¡Qué guapa
estás! Me dijo. Luego lo repitió en alemán mientras reía.
¿Ya no vas
por los Picos?
Mi padre ha
comprado un tractor y yo aro en los marjales. El pueblo sigue igual. No cambia
nada, ni la tierra ni la gente.
Tú si has cambiado. No pareces la misma.Ya
eres una mujer hecha y derecha
Los Picos y el naranjo viejo
supieron del amor.
Dura
separación cuando acabó el verano. No volverá, comentaba mi madre, no le
esperes. Allí tiene su vida.
Volvió y nos
casamos.
El día de la
boda, su amigo, en esas borracheras de las bodas, le dijo, estoy loco por ella,
si tú no hubieras vuelto, el novio de la boda sería yo. Le dio un puñetazo, me
cogió de la mano, me sacó en volandas de la merienda y nunca más volvió a
dirigirle la palabra.
El otro lo
intentó. Mi marido era muy cabezota. Un buen hombre, pero muy cabezota. El
amigo casó con una amiga mía y tuvo varios hijos. Nunca perdí la amistad con ellos.
Siempre fuimos amigos. Dos de sus hijos murieron y no acudió al entierro, ni el
pésame le dio. En los Picos les lloró como a sus propios hijos. Tanto dolor
sintió, que el pequeño mío lleva los nombres de sus hijos.
Mil veces le grité, me enfadé, le llamé loco ¿Por
qué no arreglas las cosas? Borrico, más que borrico. Tu amigo no te guarda
rencor y nadie se enteró de lo que dijo hace cincuenta años en una borrachera.
No se puede vivir tan carcomido ni ser tan rencoroso, si hasta durmiendo sueñas
con él.
Lo pensaré. Me
estoy haciendo viejo. No te metas en eso. Es cosa de hombres.
Nunca llegó
el momento.
Apareció en
la iglesia y se acercó a la caja. Apoyó su cabeza sobre ella y lloró,
desconsolado, la muerte de su amigo. Lamentó todos los años perdidos, a voz en
grito, en medio de la iglesia. El cura le llamó la atención y él le mandó a la
mierda en alemán.
Se iba al
cementerio cada día y cada vez volvía más delgado, más cojo. Apenas comía.
Dejó de ir a los Picos y a echar la partidilla al bar. Él, que siempre fue un
marido muy bueno y un padre y un abuelo cariñoso, se volvió taciturno y
mal hablado. Les contaba a los hijos lo
que hacíamos en los Picos siendo niños, diciéndoles que su madre era una p… con
tan solo once años.
Todo era
motivo de peleas. No había día
tranquilo. Se le fue la cabeza al pobrecito. Los tres meses desde que murió el
amigo, sufrimos mucho. Él por lo suyo y yo por los dos y por los hijos. Se
enfadaban con él y no me gustaba.
El día que
murió salió por la mañana al cementerio y a las tres de la tarde no había
vuelto. El hijo mayor fue a buscarle. No estaba allí. No estaba en ninguna
parte.
Vete a los
Picos, hijo, a lo mejor le ha dado por ir allí
Estaba allí,
bajo el naranjo viejo, con la cadera rota y medio muerto. No había ido ese día
al cementerio. Llevaba en la chaqueta un dibujo hecho, en la escuela, de los
tres.
Ya no volvió
a casa. Murió en el hospital.
¿Cómo te
encuentras, Lola?
Hija,me encuentro triste y me
encuentro bien. Espero que Dios le haya recibido con las manos abiertas y haya
podido encontrarse con su amigo y se hayan abrazado y solucionado las cosas
entre los dos. Con eso me doy por satisfecha. El día que me toque nos
encontraremos los tres y jugaremos como niños y como entonces. Ahora, que él no
está, me gusta recordar la vida tan inmensa que tuvimos bajo el naranjo
viejo, allá arriba, en los Picos. Chiquilla ¿Me estaré volviendo loca como mi
mario?
Me quedé con
la boca abierta…
Tremendo el sufrimiento de los asuntos pendientes.
ResponderEliminarQue bueno que Lola haya podido compartir su historia con todos nosotros.
Abrazos Luna
Conmovedora historia la de Lola y esos hombres tozudos que sufren en silencio por viejas heridas.
ResponderEliminarUn beso grande!
Preciosa história, tierna y conmovedora.
ResponderEliminarUn abrazo.
La educación que recibían entonces los hombres, seguro que también
ResponderEliminarle perjudicó al pobre.
Un beso Luna!!
Triste y bonita historia. Hace reflexionar acerca de lo importante que es zanjar viejas rencillas que no sirve de nada mantener en el tiempo...bueno sí, para luego lamentarte por ello
ResponderEliminarBesos!
Qué historia... y bien contada.
ResponderEliminarUn beso
Sorprendente. A mí me ha recordado Bodas de sangre mira tú.
ResponderEliminarAbrazos.
Debo confesaros que me sorprendió la parte sensual o sexual de los niños en aquellos tiempos.
ResponderEliminarAsí se lo hice saber a ella.
Su respuesta fue clara y contundente:
Los niños de los pueblos veíamos a los animales y calculábamos el tiempo desde "aquello" hasta que nacían las crías.
Hoy día, las habitaciones tienen puertas, en aquellos tiempos no tenían, tenían cortinas. Los niños oíamos, veíamos y callábamos. Podría escribir un libro con todo lo que vi hacer a mis padres. Lo de la cigüeña era para los niños de otro lado, no para los niños de los pueblos.
Besos y gracias por vuestros comentarios
Tu relato me ha llevado en volandas a esas zonas en que la vida se vuelve nítida, cercana y hermosa. Me ha encantado.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, Josep.
ResponderEliminarUn abrazo
Cuánto tiempo desperdiciamos y que poco tenemos! Qué esclavos somos de nuestro orgullo y cuantas oportunidades nos negamos! Ay los pueblos, los pajares, los huertos y los frutales...cuantas historias guardan! Ay Lola!
ResponderEliminar1 abrz